Marcelo Gallardo está acostumbrado al ruido. Una de sus especialidades, de hecho, siempre fue manejarlo, o en todo caso proteger a los suyos internamente de la contaminación sonora, poner paneles acústicos en su búnker. A veces, incluso, cuando lo consideró necesario alejó la concentración hacia rincones más silenciosos como Cardales o Pilar. Es una de sus tareas, de las tantas que tiene por lo que ya de por sí implica su puesto y por las autoimpuestas, que exceden a las de cualquier entrenador de fútbol silvestre.
Marcelo debe aislar a su equipo del ruido externo. Foto: Fernando de la Orden
En tiempos en los que las críticas muchas veces son feroces, cuando no malintencionadas, él necesita transmitir calma, al menos hacia adentro. Después del empate contra Barcelona de Guayaquil volvió a dejar en claro que ésa es una de las peleas que tiene que dar hoy, la de no permitirse a sí mismo ni a sus colaboradores y futbolistas dejarse “contagiar por la negatividad” que advierte a su alrededor. Y es que en paralelo, mientras River profundiza una crisis goleadora de la que no se tienen registros en la era moderna, el Muñeco ve que cuanto menos en estado de latencia el equipo se va acercando a lo que él pretende en términos de funcionamiento. Y es cierto. Tan cierto es que al fútbol se gana haciendo más goles que el rival y que a este River le cuesta horrores hacer uno, como que en las últimas semanas, aún con altibajos como la floja presentación en Junín de un 11 más bien alternativo o el segundo tiempo de aguante en Lima, hay brotes verdes en el juego del equipo que para Gallardo son decisivos para entender que el camino es el correcto.
Al fútbol se gana con goles, pero siempre será más fácil hacerlos para un equipo con identidad y recursos estructurales trabajados con ese fin: hoy al CARP parece faltarle una última fase, acaso la más importante, que es la de la definición.
Gallardo, ante Barcelona por Libertadores. Foto: Fernando de la Orden
Por eso MG repitió ante los ecuatorianos la base que plantó en Perú. Y por eso, también, se presume que le dará continuidad al 11 este domingo cuando reciba a un Talleres que no viene bien pero que siempre lo complicó, con ejemplos tan recientes como dolorosos: en Asunción, y al cabo de 120 minutos, su equipo no logró rematar una sola vez entre los tres palos que defendía Herrera hasta aquella traumática definición por penales que coronó a la T con el trofeo de la Supercopa Internacional.
A poco más de un mes de ese traspié, el River de Gallardo no vuela, pero el deté ve que empieza a haber algunos síntomas positivos. Resolver la falta de gol habrá sido en todo caso la búsqueda del Muñeco en las últimas horas. Una búsqueda que también tendrá que ver con subirle la confianza a delanteros que están con la flechita para abajo (tal vez darles penales importantes con partidos abiertos no sea la mejor receta considerando justamente que están mal aspectados), pero también a mediocampistas que debieran colaborar con el goleo y no lo están haciendo.
Se prevé que Gallardo repita el once que jugó ante Barcelona (EFE/ Juan Ignacio Roncoroni)
Con ese panorama, el técnico intentará que su equipo levante el promedio de gol pero sin buscar atajos, sosteniendo el funcionamiento que de a poco se deja ver, considerando también que ganarle al conjunto que hoy dirige interinamente Guiñazú será importante para poner un pie y medio en los playoffs pero sobre todo para posicionarse en la zona para tener más adelante la ventaja de definir los cruces en el Monumental y en paralelo para levantar en una tabla anual que de momento tiene al CARP fuera de la zona de clasificación directa a la Libertadores 2026.
No desesperarse es una de las misiones para Gallardo. Surfear la histeria, como dijo hace un tiempo. En cualquier caso, la mejor receta para que la espuma baje será que su equipo empiece a consolidar una identidad y a hacerla efectiva con goles…
Gallardo y el objetivo de forjar a un River goleador. (REUTERS/Sebastian Castaneda)