El primer ministro británico Sir Keir Starmer anunció que el Reino Unido reconocerá unilateralmente a un Estado palestino en septiembre, a menos que Israel tome “medidas sustantivas para poner fin a la espantosa situación en Gaza”.
En una decisión que evidencia hasta qué punto la política británica ha comenzado a inclinarse ante la presión islámica interna y externa.
Este ultimátum —que llegará justo antes de la Asamblea General de la ONU— supone un giro en la histórica alianza entre Londres y Jerusalén, y representa un regalo político para Hamás, el mismo grupo terrorista al que Starmer afirma condenar.
Mientras declara su “apoyo incondicional” a los esfuerzos de Estados Unidos, Qatar y Egipto por lograr un alto el fuego, Starmer añade una amenaza apenas velada: si Israel no cede —es decir, si no renuncia a su defensa legítima, no descarta públicamente la anexión en Judea y Samaria, y no acepta una retirada militar de Gaza—, entonces el Reino Unido avanzará con el reconocimiento de Palestina.
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Este reconocimiento, lejos de ser un gesto de paz, constituye un premio político a Hamás en el momento en que la organización se niega a liberar a los rehenes israelíes y continúa utilizando a la población civil de Gaza como escudos humanos.
A pesar de declarar que “Hamas nunca debe ser recompensado”, Starmer condiciona el futuro diplomático de la región a pasos unilaterales que ignoran por completo la brutalidad del 7 de octubre y el riesgo que representa la continuidad de Hamás como actor político o militar.
El Ministerio de Exteriores israelí no tardó en reaccionar con dureza: “Israel rechaza la declaración del primer ministro del Reino Unido. El cambio en la posición del gobierno británico, en este momento, tras el movimiento francés y bajo presiones políticas internas, constituye una recompensa para Hamás y daña los esfuerzos por lograr un alto el fuego y un marco para la liberación de rehenes», afirmó.
Y es que no se trata solo del Reino Unido.
Francia ya había adelantado su intención de reconocer a Palestina, y ahora Londres sigue su ejemplo, presionado por su creciente minoría musulmana, manifestaciones masivas propalestinas, y una izquierda laborista que cada vez se siente más cómoda coqueteando con narrativas antiisraelíes.
El Reino Unido, bajo el liderazgo de Starmer, no está reconociendo un Estado palestino por convicción o por avances reales en el terreno, sino por cálculo político.
Es una capitulación a la presión de grupos de interés y una estrategia de apaciguamiento frente al radicalismo.
El precio lo pagarán no solo Israel y su derecho a defenderse, sino también Europa misma, que continúa minando su propia autoridad moral al premiar al terrorismo con diplomacia.