Unos árboles de colores dibujados en una libreta de papel sorprenden al entrar en la galería Ruth Benzacar. Sobre todo, porque su autor es Pablo Siquier: un artista hasta ahora conocido por su inconfundible estilo abstracto, como el que se refleja en los murales públicos de Puerto Madero, el subte porteño o el aeropuerto de Rosario.
El cierre de esa etapa ya lo había anunciado hace dos años, en una entrevista con Fernando García para LA NACION, cuando inauguró su última muestra en el Museo de Arte Contemporáneo de Buenos Aires (Macba). Si bien entonces anticipó que daría un giro hacia lo figurativo, era difícil prever que lo que venía era esto: un conjunto de árboles que reflejan su conexión con la naturaleza, tendencia que parece expandirse en estos días como una enredadera por la escena artística porteña.
“Hace tiempo que quería cambiar. Todo empezó con los arbolitos”, dice Siquier sobre esas piezas “semilla” que lo conducirían hacia unos óleos desbordantes de color. Uno de ellos, titulado Julian, incluye un árbol y una recreación del diseño de tapa de Futuro, presente, pasado, un disco de The Strokes. “Con mi hija, Olivia, somos fanáticos de la banda –explica-. De chica, cuando la llevaba al jardín, ponía esa música en el auto todos los días. Era algo que compartíamos. Y el líder se llama Julian Casablancas, de ahí el título del cuadro. Lo importante de esta pequeña anécdota es antes esto estaba perfectamente excluido en mi trabajo. No había nada emocional, el trabajo era impermeable a lo que yo sintiera, a lo que me pasaba en mi vida. Y se volvió algo muy mental. No sabía por qué hacía los arbolitos, pero fueron la vía para el reencuentro con la sensualidad del material: el óleo, la textura, los colores”.
Un proceso igual de orgánico condujo al dúo conocido como Chiachio & Giannone a un cambio radical: de los textiles en gran formato bordados a cuatro manos a las pequeñas pinturas que exhiben en otra sala de la misma galería. “Esto lo empezamos antes de la pandemia –cuenta Leo Chiachio-. Pensábamos que en algún momento la naturaleza se iba a terminar, y empezamos a armar pequeños refugios donde queríamos vivir. Decíamos que lo único que iba a quedar era un florero, esa partecita de la naturaleza”.
Con la idea de “ampliar el mundo”, lo que siguió fue un retorno a su formación como pintores y a la representación de una serie de floreros, que evocan las naturalezas barrocas y las imágenes y cerámicas de la cultura comechingona. En su casa-taller de San Javier, en Traslasierra, comenzaron a retratar la flora, la fauna y los objetos simbólicos del arte de la región. “Los pueblos originarios tuvieron una fuerte conexión con la Pachamama –observa Daniel Giannone-. Siempre trabajaron poniendo foco en la tierra, que nos da todo y nos permite seguir hoy en pie”.
Un foco similar pone Matías Ercole en los paisajes que exhibe en Valerie’s Factory, a dos cuadras de Ruth Benzacar, bajo el título Esta noche nos caemos del mundo. A él le interesa integrar el “cruce de miradas” de quienes investigaron el tema a lo largo de la historia del arte: tanto la romántica de aquellos pintores viajeros que llegaron a la región con la tarea de retratar este “nuevo continente” para los europeos –entre ellos, Johann Moritz Rugendas a principios del siglo XIX- como la de quienes se aproximaron desde “un lugar más político-identitario”.
“Las obras de esta muestra, producidas entre Roma y Buenos Aires, explicitan la ruptura que produce la migración –señala Sol Ganim, la curadora-. Al viajar algo se rompe: la rutina, la continuidad, incluso la identidad. La mirada se tensa entre la identificación con una imagen vuelta exótica del propio suelo, y la distancia cultural y geográfica que lo separa de ella. Esa misma distancia es la que permite en estas obras un singular salvajismo representativo. En ellas coexisten especies botánicas diversas (el cliché de la palmera, pero también las calas carnosas del trópico popular) así como distintos códigos representacionales: la persecución de una imagen científicamente reconocible, y la voluptuosidad digna de Amaral, Kahlo o Covarrubias”.
Algo de eso habrá reconocido en ellas Patricia Hanna, curadora de las colecciones de Jorge M. Pérez, para la cual adquirió dos durante su viaje a Buenos Aires, a donde viajó invitada por la Fundación Ama Amoedo en el marco de arteba. El tema, según dijo a LA NACION, también está vigente en Miami: El Espacio 23, cuya dirección artística tiene a su cargo, inaugurará allí en noviembre la muestra Un mundo lejano, cercano e invisible, centrada en “la idea del territorio”.
El regreso al origen inspira también Un puñado de tierra, exposición de Andrés Paredes curada por Sandra Juárez e inaugurada ayer en el Museo Sívori. Entre las instalaciones que la integran se cuentan Volverse tierra, que incluye mariposas disecadas y hormigueros a la manera de una vanitas contemporánea, y Materia vibrante, una gruta con cristales sintéticos producidos con bórax.
“Esta muestra habla un poco de mi lugar en el mundo y de mi origen, que es más que Misiones –dice el artista nacido en Apóstoles-: la tierra colorada que hay en Paraguay, en el sur de Brasil, en el norte de Corrientes y en toda la provincia de Misiones. Me gusta pensar que yo pertenezco a ese lugar geográfico, a todo ese territorio de las antiguas misiones jesuíticas, de los indios guaraníes y de los nuevos inmigrantes con sus cultivos”.
Para su exposición en la galería Cott, Florencia Levy recurrió a los salares de la puna argentina para abordar el tema del extractivismo con eje en “el litio como residuo cósmico y recurso estratégico”. “En Tercer atómico espectral, Florencia Levy recupera el potencial estético de la abstracción no como un alejamiento de la realidad -dice Sofía Dourron, su curadora-, sino como una forma de volver a enlazar los itinerarios minerales con la tierra y con la vida”.
Un punto de vista opuesto al de Lorena Guzmán, artista que sorprende en Vasari con sus esculturas protagonizadas por murciélagos, plantas carnívoras, ranas y colibríes. “Despliega un universo complejo de animalidades, hibridaciones, reinterpretaciones mitológicas y narrativas que acontecen por fuera de la jerarquía humana –escribe Tania Puente en el texto que acompaña Interregnum-. Sus exploraciones formales develan la búsqueda de una belleza excéntrica —aquello que sale del centro— y, desde ese margen, empuja cada vez más los límites de su imaginario”.
Desde el jueves próximo, sus piezas integrarán además Las flores del mal, exposición impulsada por la misma galería en Affair, con una variada selección de obras de artistas que incluye a Facundo De Zuviría, Annemarie Heinrich, Alejandro Kuropatwa, Alfredo Prior, Anatole Saderman. Una forma de mostrar las raíces de ese retorno a lo natural.