La sobreoferta de shows internacionales y festivales que viene experimentado Buenos Aires -los cuales suelen representar un presupuesto desmedido para esa gran masa que se suele denominar “el mejor público del mundo”– tuvo su corolario 2025 este martes en Parque Sarmiento con el Loserville, el festival que viene girando por el mundo de la mano de los más gamberros referentes del nu metal, Limp Bizkit.
En una jornada con el clima mandado a hacer -pleno sol y 25 grados- el público se fue acercando temprano al recinto de Saavedra, a las 17 de un martes: no estaba nada mal la convocatoria para ver al primer acto internacional: el grupo de ghetto-metal Slay Squad.
La buena predisposición de las columnas de sonido a la altura del mangrullo (lo que sería “mitad de cancha”) daba una agradable sensación de contención a pesar de lo amplio del espacio donde se ubicaría el total del público. Público que seguía llegando sin prisa, pero sin pausa, luciendo remeras y tatuajes de los grupos de la era dorada del nu metal (por supuesto Limp Bizkit, pero también Deftones, Korn, Slipknot, etc) e incluso de grupos que ayudaron a crear dicha escena (Faith No More, Red Hot Chili Peppers, Primus y otros).
Una vez finalizado el atronador set de Slay Squad (con más ruido que nueces) pisó el escenario el artista más inadvertido y embolante de la jornada, Riff Raff.
Mientras el sol encaraba su inexorable camino al horizonte, las buenas noticias musicales comenzaron a copar el escenario con la actuación de la sudafricana Ecca Vandal. Su propuesta fluctúa en los eclécticos valores que la escena alternativa ofreció desde la era noventosa, pero lo más interesante es cómo el trío -ella a la voz, el completísimo baterista Dan Maio y el multiinstrumentista Luke Webb- va a todos los rincones de ese abanico con total coherencia, desde el hip-hop al punk rock a la electrónica rústica y visceral.
Ese esfuerzo conceptual resulta en un show 100% sólido y disfrutable, brutal carta de presentación ante un público que miraba atentamente.
Justamente algo de esfuerzo y foco le faltó al show de los veteranos y debutantes en estas tierras, 311. Para quitarnos de encima la parte negativa, digamos que fue decepcionante para los fans de la banda que esperaron por tres décadas para este debut, el hecho de que hayan hecho el larguísimo e innecesario medley percusivo en Applied Science que quitó la posibilidad de escuchar algún que otro clásico más debido al demasiado acotado tiempo de la actuación; solamente 45 minutos, muy poco teniendo en cuenta lo longevo de la carrera de los de Omaha.
Dicho esto y más allá de que la guitarra del genial Tim Mahoney se haya escuchado algo baja, 311 dio un show sin fisuras, haciendo explotar los corazones de quienes los esperaron por tanto tiempo. Es que no hubo banda en aquella escena que tratara de ese modo las melodías y armonías vocales en un contexto de rap-rock radical y tampoco hubo quienes apliquen la influencia caribeña (más que nada reggae, pero también shots de salsa y soca) y psicodélica (Mahoney es un gran fan de Santana y Jerry García, cosa felizmente notoria en su toque) con semejante genialidad.
Siempre será un misterio el hecho de que sean una banda tan de consumo interno en los EEUU, pero en cualquier caso es de festejar que finalmente hayan llegado a Buenos Aires, fueron muchos los que con ojos cerrados y cuerpo electrizado flashearon con piezas inmortales como Down, Freak Out, Beautiful Disaster o Creatures (for a while).
Siguiendo el orden de la grilla, Bullet for My Valentine fue la banda escogida para reemplazar al ausente Yungblud, cuyo anuncio había generado gran expectativa por cuestiones de su popularidad actual.
Pues los simpáticos galeses estuvieron muy a la altura, tirando de una ejecución perfecta de sus temas, entre los que cuentan varios hits y otros tantos trallazos de adrenalina thrash metalera y ganchos pop en las voces.
Y llegó el turno de los Limp Bizkit
A los Limp Bizkit el tiempo no los puso technos, pero a Fred Durst le dio un aura de padre con onda que lo hace entrañable. Soberbio, superficial y algo bobo en los ’90. Consciente, entrador e inteligente ahora. Mientras en Woodstock 99 agitó las aguas para que el festival se convirtiera en un caos de verdad peligroso, este martes lo primero que hizo fue pedir al público que le avisara “si algo no andaba bien ahí abajo. Nos dicen y paramos la máquina”.
Luego de un emotivo homenaje al histórico bajista de la banda, Sam Rivers, fallecido recientemente (en octubre de este año), la banda dio el pistoletazo inicial de su show. Si el Loserville fuera un casamiento, el show de Limp Bizkit sería el carnaval carioca: un hitazo atrás de otro, ánimo de fiesta y desinhibición total que tuvo dos picos de alto nivel.
Por un lado la lograda versión del Sabotage de Beastie Boys junto a Ecca Vandal y, por otro, el aporte de un fan llamado Alan, que rapeó de igual a igual con Durst en “Full Nelson”, pero lo hizo con un entusiasmo y agite que Durst no tuvo ni en 1997. Maravilloso momento.
Si bien la banda ostenta un nivel de profesionalismo indiscutible, se los notó un poco más bajos que en el show de Lollapalooza de 2024, algo lógico teniendo en cuenta la muerte de Rivers, aún muy cercana. De todos modos y a fuerza de hits inoxidables y actuaciones muy sólidas (sobre todo las de Wes Borland, un guitarrista con carácter y mucha chicha y DJ Lethal, amo y señor de las bandejas) el quinteto no falló en su cometido: todos los que fueron a buscar la maximalista ración de rap metal que la banda de Florida puede dispensar volvieron a casa con el corazón lleno y, seguramente, hoy amanecieron sonriendo.
